jueves, 3 de octubre de 2013

La Revolucion de las COUGARS

Mi madrina tenía clarísimo el “cómo”, cuando narraba, ficticiamente, pero con muchísimo humor y acertadísimos ejemplos, sobre las mujeres de cierta edad que tuviesen el coraje, de salir o hacer pareja con hombres de, al menos 5 años menores que la suya.
Recuerdo –de verdad de su propia inspiración-, la situación que se desenvuelve un día sábado, en el que esta señora respetable de 50 años, decide salir con un chico de 28, quien visible y afanosamente desea formar parte de su vida, aunque sea una breve parte y por breve tiempo.
Llamemos a la dama en cuestión, Liliana. Ella, recién encincuentada y además divorciada con 2 hijos y dos nietos de edad preescolar, conoce a Joseph en un local de moda de un centro comercial. Entre el calor del ambiente y la dosis de coraje que unas cuantas copas tienen el poder de otorgar, Liliana decide echar a un lado el candor y el recato para bailar con el muchacho que apenas tiene unos años más que su hijo mayor, en una onda de jueves after work, que la ha dejado cansada y con inmensas ganas de liberar tensiones.
Son las 10 apenas, dice él. Ella, exhausta y un poco mareada le dice que está ahí desde las 8 y que ha pasado mucho rato para su gusto. Joseph continúa bailando, ella, le sigue la corriente y danza hasta que decide que ya es hora de retirarse, o sea, no puede con su alma. Joseph está evidentemente obnubilado por la belleza, encanto e intelectualidad de esta señora bonita, atractiva y muy sexy. No quiere dejarla ir sin saber que va a verla de nuevo. Por supuesto, de día. Hay que ver a la gente de día y en la luz. Verla sin el ánimo y espíritu de las burbujas cristalinas de la noche y -como dirían en mi época-, “a rin pelao”, cero maquillaje, cero atributos postizos.
-“Liliana, vamos a la playa el sábado”. Espeta el joven caballero sin pausa y sin demora antes de soltarla.
Liliana esta fascinada, feliz, el ego va más allá del techo nocturno pincelado de lujuria con hermosas acuarelas de alguna gráfica extraída del Kama Sutra.
-“Ok”, es lo único que puede decir.
Cumplidos los trámites de intercambio de señales Liliana y Joseph se despiden y separan.
Viernes en la mañana. Liliana abre los ojos y casi al tiempo se eyecta de la cama cuando recuerda la noche anterior. Celular en mano reconoce el número telefónico y el pin de Joseph que anuncia un: “paso por ti a las 8 de la mañana”.
Liliana realiza en el acto que va con el “cachorro” para la playa y por supuesto NO está preparada para esta aventura.
Se baña, se depila, se saca las cejas, va a la farmacia, compra laxante para bajar el volumen de la barriga, chequea los trajes de baño, son cien, ¿cuál es el mejor? ¿Chiquito? Mediano? Auxilio! Corre a la peluquería, urgente pintarse las canas!, depilarse el bigote y las axilas. Ah y las manos y los pies. Llama a su hija menor de 23 años, consulta el color de moda y así se lo repite a la manicurista. Se mete en Internet y por google averigua cuáles son los accesorios de moda playeros. Corre al CCCT y busca el pareo, las sandalias y las carteras plásticas que debe llevar.
Agotada a las 7 de la noche se sienta a comerse una ensalada verde para no engordar, arregla un maletín mediano (después de todo, va a pasar el día solamente) y mete crema protectora de piel, de cara, de manos, lentes de sol, un bikini de repuesto, otro par de sandalias. Un spray de agua para hidratar el rostro, unos caramelos de menta, sus documentos, una afeitadora porsia, algo de maquillaje aunque lo duda, cepillo para el cabello, y a las 10 decide que es hora de dormir.
6 de la mañana. Liliana se levanta a duras penas, todavía agotada. Da traspiés hasta el baño y torpemente se lava los dientes y luego la cara. Finalmente se despierta y acelera la higiene para vestirse. Cambia de pantalón varias veces hasta que consigue el que quiere. Así con la camisa y el resto del ajuar.
8 de la mañana. Tocan el timbre y Liliana procede a bajar del apartamento y al abrir la puerta se encuentra a su príncipe azul, vestido de cuero, botas a media pierna, chaqueta negra y sonriente, aquella estampa salida de las mejores producciones de Hollywood a lo James Dean, Joseph la saluda efusivamente con un abrazo y un beso “de película”.
Casi con un desmayo en puertas, Liliana nota que no hay un auto, sino una moto de alto cilindraje que la espera cual caballo blanco. Hace tanto tiempo que no monta ni bicicleta! Aterrada y encantada a la vez, se sube para iniciar esta odisea juvenil de la que está a punto de arrepentirse.
El viaje por la autopista la lleva tensa y aferrada –más que abrazada- al caballero negro, quien además le facilitó una chaqueta femenina para el paseo. El, siempre pendiente de ella, trata de conversarle pero ella esta muda de puro terror.
Llegan a la playa y de inmediato casi, van al mar, a jugar con las olas. Joseph alquila una lancha para navegar los alrededores y llegar hasta el islote que vende ostras. En el subir y bajar de las olas, con uno que otro golpetazo de coxis contra el asiento, Liliana sonríe y muestra su mejor actitud y complicidad a las travesuras de su joven compañero. Cansada de la moto y de la lancha se sienta a conversar con Joseph, con un vino helado y sus respectivas raciones de moluscos. Aun cuando al principio de la conversación ella arrojaba un espíritu rebelde que tenía guardado desde hacia varios anos, la verdad fue asomándose con su rostro cincuentón para plasmarle el cansancio propio de su edad. Ella pensaba en una piscina calmada en la orillita, recostada de su cheslón tropical mientras Joseph le amarraba el arnés que la sujetó del parapente y la haría volar, halada por la lancha. Una vez en el aire pensaba,  “¿qué diablos estoy haciendo yo aquí?”
A golpe de las 2 de la tarde, Liliana ya había vuelto de la lancha, el parapente y las ostras para descansar en el canto de la piscina. Feliz por la excitación propia de las actividades físicas, pero un tanto ajetreada y adolorida por la falta de costumbre y de juventud, se durmió un ratico en su sillón.
A las 5 de la tarde –luego de que Joseph jugara una aguerrida partida de tenis con los panas playeros- emprendieron el regreso a la ciudad.  El día había sido muy dinámico, demasiado para su gusto aunque excitante. Liliana estaba feliz, mas agotada.
Una vez en la puerta de su casa, Joseph le propuso ir a bailar a lo cual ella desistió amablemente y finalmente concluyó enviándole un pin agradeciéndole ese día tan diferente y divertido pero casi a punto de recluirse para rehabilitación.
El cuento, que puede parecer de risa, refleja lo que quiero reseñar en este articulo, y es el de las cougars.
Cougar es una expresión del argot inglés para definir a las mujeres que buscan una pareja sensiblemente más joven. En el uso normal lingüístico significa puma. Se establece un paralelismo con el mundo animal, es decir, con la caza de hombres más jóvenes (carne fresca) por parte de estas mujeres (depredadoras).
Maria Elena Mendoza E.

Las cougars son mayores de 40 años y aventajan en 5 o más años a sus “presas”, llegando a diferencias mucho más notorias.
El término comenzó a usarse en América del Norte, aparentemente fue un portal web canadiense de citas el que lo introdujo con este significado. Posteriormente se extendió a Estados Unidos y allí no tardó en ser empleado por los guionistas de varias sitcom. Ver por ejemplo “Cougar Town”.
También en ese país se ha producido un reality show en el que un grupo de veinteañeros deben seducir a una atractiva mujer de cuarenta. Además, se realizan concursos de belleza en los cuales se eligen damas de ese target, las cuales obtienen el título de Miss Cougar. En Nueva Zelanda, una empresa organizó un concurso para mujeres de esa edad en el cual el premio consistía en un viaje para un grupo reducido de damas junto a otro grupo más numeroso de hombres menores que ellas.
La expresión me causó mucha gracia cuando un amigo de mi hijo vio mi foto en Facebook y dijo “no sabía que la mamá del chamo, es cougar”. Sin saber de qué se trataba comencé a indagar y de allí resultó este escrito.
Ser cougar implica desprenderse de muchos tabúes sociales que ven con recelo que una mujer tenga una relación con hombres mucho menores que ella. Y ella debe ser una mujer físicamente atractiva y deliciosamente coqueta para acometer semejante proyecto.
La sociedad cada vez introduce más y más etiquetas para calificar actitudes y comportamientos. Mientras estos estén dentro de los límites del derecho universal a ser feliz y permitirles el mismo derecho a los demás, las etiquetas serán solo etiquetas.
Lo que debe saber toda cougar es que esa relación generalmente no dura más de 10 años. El cachorro siempre volverá a su cauce buscando una pareja acorde con su edad. Después de todo no siempre será cachorro.
Si usted se atreve, dele con confianza. Sepa sus bondades y sus limitaciones, al menos ya sabe de qué se trata si la llaman así.

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